Soy un puto casual.
Voy camino de los 44 años, la edad que tenia Jesucristo en el universo Tierra 29 cuando se apuntó a CrossFit. He crecido al mismo tiempo que crecía la industria de las consolicas y los videojuegos. Desde que entró el Amstrad en mi casa, he ido eligiendo bandos, jugando juegos, renovando el parqué de consolas de mi casa con cada nueva generación y probando todo tipo de periféricos. En el revistero de mi baño estaban casi todas las revistas del mercado, pasaba horas en la sección de videojuegos de los grandes almacenes o en los antiguos centros Mail. También cagando. Me gustaba estar informado y me encantaba leer sobre aquello que nos iba a llegar a las consolas en un futuro cercano. Era un connossieur. Me consideraba un gourmet incluso. Llegó internet y me alisté en la guerra de las consolas defendiendo a mí querida SEGA doquiera hubiese alguien mancillando su nombre. Era un hardcore gamer.
El tiempo pasó y esa pasión terminó diluida en el guiso de mi vida al paso que iban entrando otros ingredientes en él. Deje de jugar a diario. Había semanas en las que no tocaba un mando. Meses enteros sin enchufar una consola. Yo aún me consideraba un hardcore gamer porque el que tuvo, retuvo. ¡Hasta me atrevía a sentar cátedra en Gamerah de noche! Pero la realidad es que el resumen anual que me enviaba Nintendo sobre mi actividad con la Switch tenía menos horas registradas que el carnet de militancia seguera de Llan.
Pero sí, soy un puto casual.
Me enteré este año precisamente. En pleno 2025 yo estaba jugando al Rayman Legends. Y Rayman, para colmo, es un personaje de Ubisoft, quizás una de las compañías que más se puede identificar con el jugador casual: Assassins Creed, Just Dance, Monopoly… Raro es encontrar a alguien que no haya jugado a uno de sus juegos, o por lo menos sepa que existen porque además salen en todas las consolas. Es cierto que el juego lo tengo desde hace mucho. Solía jugar con mi hija de vez en cuando cuando era más pequeña, pero a ella se le hacía bastante complicado y a mí no me apetecía profundizar mucho más en él porque veía que era un plataformas muy bien hecho y entretenido, pero no terminaba de engancharme. Sin embargo, como decía, este principio de año prácticamente no he jugado a otra cosa. ¡Y he jugado mucho a esto!
Creo que fue nuestro querido Ketemeto el que me recordó una de sus maravillosas fases musicales en el foro secreto de la Gamerah y me entró el gusanillo de repetirla. Encendí el juego y vi que tenía varias cosas desbloqueadas a las que no había jugado. «Pues al lío». Me di cuenta de que, jugando sin mi hija, cada pantalla no me duraba más de tres minutos. Era todo súper dinámico y con la dificultad justa como para suponer cierto reto, pero nada con lo que frustrarse porque además, aún en las pantallas más difíciles por cuestiones de reflejos o de memorizar cada obstáculo, siempre sentías que, cada vez que morías, avanzabas un poco más y que solo era cuestión de saltar un poquito más o pegar un poquito antes para que pudieses pasártela. Incluso las fases acuáticas eran pasables. Pero es que tiene de todo: plataformas, acción, puzzles, exploración, pantallas que son puramente un juego musical, juego táctil, uso del rotoscopio de la Switch, contrarreloj… Y cosas que invitan a seguir jugando: desbloqueo de personajes, pantallas y desafíos, la invitación a pasarte cada nivel encontrando a todos los personajillos secuestrados, ayuda al jugador casual en cada pantalla mostrándote una chuleta de como se corre o se dispara según vaya a requerirlo ese determinado nivel… ¡No hace falta que memorices botones! ¡Ya te lo recuerda el propio juego! Además lo hace de manera no intrusiva. No hay que pulsar A para quitarlo, no tienes que aguantar la chapa de un personaje que te dice como hacerlo ni que tienes que salvar al mundo ni pollas en vinagre. El juego te dice: «Esta es la pantalla. Corres apretando el gatillo derecho. Dale caña» y a jugar, joder. ¡Claro que sí!
El juego tendrá sus defectos, pero no quiero verlos. Si me preguntan por un juego perfecto, diré este porque siento que lo es. Cumple con creces lo que pido de un videojuego. Y pido poco: diversión inmediata y sin complicaciones. Porque soy un puto casual. Solo quiero pasar un buen rato los 10 minutos al día que tengo para tocarme la barriga. ¡Viva el Rayman Legends!
¡Viva!
No es el CEO que queremos, sino el que merecemos.