No a los marines espaciales calvos

El niño rata acaba de entrar en la tienda de juegos usados. Olisquea entre las novedades viejas y llega a su sección favorita: acción para flipaos. El chaval tiene unos pocos granos y una camiseta del Rubius, además de la boca abierta permanente como síntoma no precisamente de agudeza. Es el hombre adecuado, el ciudadano tipo, para superar sus complejos vía vigoréxicos con alopecia. Ahí le asalta el dilema, ¿qué juego de marines espaciales calvos comprar?

Tiene el inenarrable Mass Effect. Su amigo Jonas se lo dejó, en una Semana Santa: muchos diálogos y poca acción. Era “to lento” y había pocas vísceras. “Yo no me compré una consola para leer, que eso es del chaval de las gafas de Aida. El MARICÓN” piensa en sus adentros, mientras avanza en la sección de títulos de segunda mano. Otros juegos, todos con mazaos modelo Commando, son descartados por las mismas razones idiotas: “Este ya lo jugué…”, “Ese era difícil…”, “En ese manejas una chica…y eso es de gordo granudo”, etc.

Al fin, sin más dilación, encuentra su nuevo maná, su heroína que apacigua el combo hormonal de los 13 años: Gears of War. Puede ser cualquier entrega: las diferencias dan igual. El chaval vuelve a su casa, esconde las notas de 3º de la ESO, y dice a su madre “Mama, mama, que me voy a echar UNOS VICIOS”. Y cierra su puerta con el generacional cartelito que pone DO NOT DISTURB pintado con edding rojo.

Es la tarde perfecta: su hermano pequeño está en judo, se ha hecho un buen bocata de Nocilla y tiene cinco Mountain Dew como escolta de lata al monitor “to wapo”. Es el paraíso autista: horas y horas de desconexión de la realidad en un piso cochambre en Yébenes. Se pone el móvil en modo avión, el mp3 con jebi bien cargado de doble bombo y enciende la máquina: a la iluminación vía destrucción.

Spleen de Aluche

Cinco horas después, el roedor humano ha recorrido seis planetas, asesinado a todos los tentáculos de la galaxia y mejorado su ranking en Internet. Decenas de niños ratón han caído a los pies de su pericia con la palanca analógica, la cual le permite compensar emocionalmente los múltiples NO PRESENTADO en su boletín de notas oculto. Apenas media hora después se ha pasado el juego, el cual muy pronto reposará en un cajón, cubierto de polvo, junto a una piedruqui de hachís, un paquete de condones sin abrir que compró para impresionar a su amigo Charlie y dos pases de una discoteca a la que ya no va.

Al poco, luego de un porreque improvisao con media chinita, se queda en la cama mirando el techo. Los pensamientos, entonces, se amontonan en un hilo sin fin de preguntas. En vernáculo: se queda “to RAYAO”. Comienza con el elemento disparador: “BUA, PARA ESTO ME GASTO 8 PAPOS”. Entonces, el protagonista sin nombre (Elijan el que quieran: Jonathan Jesús, Kevin de Paz, Byron de José, etc.), desata su furia metafísica ante los 8 papos perdidos.

Este dinero, que ganó vendiendo el Dirty Dancing “…ese de la tetona…” (¡difícil decir cual!) al tolai de la clase, se ha esfumado en una experiencia efímera; tanto o más que un taco de pegatinas de Minecraft en un instituto de Hospitalet. Entonces, poco a poco, aumenta este terrible malestar: “¿Nos parecido a lso otrs?”, “Kro que todos los enemigos ya ls knocía”, “¿Y si me gravo en mi knal de Youtuf para que me vea el Jonas? Bua, si no lo ve ni Janfri”, “Buaa, k mrrda de finde, encima no ay plan”.

Tiene, así, que reafirmarse en su compra: entra a Internet buscando todos esos efectos gráficos que permitan justificar los 8 papos. Bump Mapping, Filtro Trilineal, Z-Buffer, decenas de anglicismos que no dicen nada a alguien que tiene unas cuantas dioptrías. De hecho, sin gafas -que se quita fuera para que no se rían de él sus amigotes-  todos los juegos tienen para él un efecto blur motion.

Nada, ¡nada!, puede evitar el desasosiego del niño rata en su Xanadú de gotelé y póster de Vegeta. Un paraíso artificioso que acaba de ser roto por el hechizo siniestro de la repetición. Como diría nuestro protagonista: “Buaaa, ¿k ago kn mi vida?”

La redención vía píxel

Vds., que son unos culturetas y leen libros de poesía de Alpha Decay (¡qué guay!), habrían abierto un libro. Y, ahora, este relato costumbrista acabaría en la redención del chavo a través de Pynchon, Roth o -ponga su autor neoyorkino que le haga sentirse inmensamente superior intelectualmente a los demás-. Pero, en fin, eso sería proyectarse y todos estamos ya cansados de letraheridos con flequillo y mirada muy i-n-t-e-n-s-a.

Nuestro protagonista, en el punto álgido del mareo post-porro, decidió abrir un cajón buscando un caramelo para no vomitar. Y9 encontró de manera fortuita su nuevo Soma jueguil: la Game Boy original. Un ladrillo de look casi soviético, de tono gris y que tiene un cartucho viejo. Era de su padre, que la compró siendo más joven para pasar los ratos muertos en el pueblo de su mujer: los cascos insonorizaban a los siempre quejumbrosos suegros. La curiosidad, emperadora del orbe (que incluye, todavía, Aluche), le hacen encender la máquina, arramplando antes cuatro pilas de un robot articulado de los chinos que le regalaron unos primos.

No sale nada en la pantalla. “Debe estar sucio el cartucho…” Busca en Youtube, a falta de hermano mayor, cómo arreglar el desaguisado. La fórmula secreta, proyectada desde un piso colmena de un Youtuber coreano de pelo magenta, aparece: soplar el jueguico por dentro. Una vez no sirve. Otra, tampoco. A la tercera, echa un lapo y luego limpia por dentro con un kleenex las conexiones. Este ritual, casi budista, permite la aparición de la marca de Nintendo y un logo que desconoce: Alleyway.

Un clon atinado de Breakout de Atari que sirvió de lanzamiento para la consola de 8 bits. Todo esto lo sé yo, el narrador, pero nuestro protagonista solo ve puntitos en blanco y negro. El mecanismo, más sencillo que ligar en Tinder con la foto de perfil de Mario Casas, no permite dudas: un palo, una pelota que rebota y bloques a destruir. En efecto: un tarde resuelta.

Los niveles, bien diseñados, permiten que el chaval casi llegue al final, pero las pilas del robot tienen su límite y se queda sin pasárselo. He ahí su nueva farlopa:  una máquina del 89 para el niño hiperactivo fracasado nervio de Forocoches y todos los bancos en los patios españoles.

Desde esta anécdota, que nos fue referida por alguien cercano al chaval, no tenemos apenas noticias suyas, aunque sí sabemos cosas como que empezó a aprobar, incluso sacar notable en algunas. Su consola de nueva generación, con todos los Gears of Wars, fue vendida en un segunda mano, nos confirman incluso.

Ahora el parguela vive feliz, con su Game Boy Ladrillo, se ha echado novia y va a pasar a 4º de la ESO. Recemos por su alma recordando este salmo inmortal:

Palabra de Cubitorah; te alabamos Píxel.

 

13 comentarios

  1. Bellisimo

  2. Hay posibilidades de que si me compro la Switch mi jefe me de un aumento?

  3. Esperanzadoramente bizarro.

  4. Más propaganda Nintendera. Anda que se va a redimir alguien con un Nintendos. Si fuese una sexy Game Gear no digo nada, pero un gueimboi con gráficos verde acelgado...

    ¡Revisionistas!

  5. Si lees la historia de atrás para adelante tiene más sentido.

  6. Se os ha escapado un 9 al lado de una "Y" y también "un tarde". Pero considerando que es un relato de fantasía nintendera, probablemente escrito a una mano desde el iPhone, se perdona.

  7. Me alegra que también publiquéis las cosas que se os quedaran en el cajón cuando chapasteis.

  8. Diría que es una ironía Narg. Nada ha cambiado en 10 años.

  9. Magnífico el relato costumbrista (pero bueno, bueno de verdad ¿eh?) hasta el intento de avanzar en la narración. Ahí comienza una espiral de verguenza ajena que culmina con la última negrita.

    Ojalá más así, en cualquier caso.

  10. De niño rata pasó a hipster??? Buuuu
    Credibilidad 4/10

  11. Me ha encantao

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