
Querida mamá,
Te escribo esta carta desde mi piso en el barrio de Kamurocho, Tokio. Las cosas no van bien por aquí, madre. Ya sabes que me apunté a la Yakuza pese a la oposición de padre, que me quería ver de Ninja en una oficina de ocho a cinco como estuvieron el, su padre y el padre de su padre o padre al cuadrado. Quería rebelarme contra sus absurdas normas y me dejé seducir por el mundo de violencia de la mafia japonesa. Pero mamá, aquí no hay violencia apenas. Me paso el día hablando con unos y con otros de aquí para allá. Me cuentan sus problemas y esperan que les dé consejo o que directamente se los resuelva. Pero no a hostias, mamá. La mayor parte de las veces quieren que les vaya a comprar algo o que les busque a otras personas para hacer no se qué, mamá, ¿tú lo ves normal? Es que ya ni les escucho… «Ve a no sé dónde» y yo voy. Que más da. Pero antes de ir, estoy 15 minutos parado escuchando el runrún de lo que me están contando. Callaos ya, por favor. Encima me estoy dejando una pasta en restaurantes y supermercados. De vez en cuando me encuentro gente por la calle que me quiere atacar. Vivo con miedo, la verdad. Pensé que éramos nosotros los que asaltábamos a la gente, pero resulta que no paran de venir a pegarme distintas bandas continuamente. Que luego son unos mierdas y les despacho rápido, pero eso también me agota y me da ansiedad. Y venga a comer y beber para recuperarme. Haré unas 12 comidas al día. Qué digo al día… A la noche. Porque encima aquí siempre es de noche.

Ya te conté que antes estuve en Osaka trabajando para otra familia de Yakuzas. Allí por lo menos salía el sol. Los paseos eran más largos que aquí porque allí normalmente tenía que coger el metro. Incluso me compré un coche para evitar el transporte público, pero esos viajes eran un rollo. Además algo había en ese ambiente que me quitaba la vida. También allí me pasaba los días yendo a restaurantes para recuperar un poco de las fuerzas que esa ciudad me quitaba. En Osaka encontré algo más de violencia y mucha más soledad. Demasiada. Empecé a hablar conmigo mismo. Demasiado también. ¡Y no me aguanto! Pero es que si me encontraba a alguien por ahí, me daba también tremenda turra. ¿Soy un imán para los cansinos? Mi día a día era un continuo «Pa’qui pa’lla» para defender territorios o hacer recados, con continuas idas y venidas del hospital para curarme las heridas de las peleas o tratarme de ese cansancio emocional que me invadia constantemente y que me mató más de una vez (figuradamente madre, que luego usted se me preocupa).

Total, que lo de ser Yakuza sonaba muy bien: una vida de violencia en la que iba a ser el puto amo de una ciudad que me temería. Pero la realidad es muy diferente, mamá. No está mal, de hecho a veces mola, pero no es lo que buscaba. Soy un recadero con derecho a golpes. Bastante parecido una vida normal: mucha monotonía aunque pueda distraerme en las recreativas, bateando o yendo a ligar al D’Angelo. Para eso prefiero volver a casa. Mamá, dile a padre que hable con José Luis, el de la ETT, a ver si tiene algo de becario de ninja por ahí. Dile que lo siento y que tenía razón. Yo quería ir contra el barrio, pero el barrio no para de pedirme favores y darme la turra. No aguanto más.
PD: Prepara esas croquetas tuyas para dentro de dos semanas. Te quiero, mamá.
#freekete