Amor en los tiempos del arcade

Eran principios de 1991, tal vez 1992, y la primavera empezaba a asomar tanto en las hojas de los árboles como en las del calendario. No hacía demasiado que mi edad había empezado a contarse con dos dígitos y la pubertad ya causaba sus primeros estragos.

En aquel entonces yo era una rata de recreativo. Cuando no estaba dándole al Etrusco por la calle, mataba mis tardes en antros llenos de serrín y humo, malgastando monedas en aquellos engendros de madera y metal que albergaban cientos de aventuras. Desgraciadamente los recreativos de la época no eran esos lugares family friendly que salen en las películas estadounidenses. Estos eran antros llenos de hijos de puta a los que, si les hubiesen presentado el concepto de bullying lo habrían cogido, le habrían quemado la chaqueta, apalizado en un rincón y tirado a una acequia. Así las cosas tuve que emigrar a lugares más tranquilos para continuar con mi afición.

En una de esas largas tardes mediterráneas, merodeaba yo por las calles cuando llegó a mis oídos una música familiar. La melodía parecía provenir de una puerta metálica la cual, sabía perfectamente, daba paso al local de una falla. Sin ser miembro de la misma, sentí un cierto respeto pero me armé de valor y crucé el umbral siguiendo aquellas notas. En la semipenumbra había una recreativa. Frente a ella había un taburete y en su cima descansaba una joven de cabellos largos y lisos. Su pelo azabache contrastaba con los paneles blancos que decoraban los laterales de la máquina. En el local no parecía haber nadie más y ella se encontraba absorta en la partida.

Me acerqué con cuidado y observé. Sus manos morenas se movían con agilidad sobre los controles. Como si tocara una suave sinfonía sus dedos pulsaban hábilmente los botones y en la pantalla el pequeño dragón verde danzaba al ritmo que ella le marcaba. Quedé hechizado y durante un largo rato mi mente se perdió en aquel baile de dragones, burbujas, frutas y monísimos enemigos. Yo quería participar de aquel bello espectáculo pero temía romper la magia. En ese momento un pequeño desliz, quien sabe si provocado por mi cada vez más cercana presencia, hizo que la chica perdiese su última vida. Vi el cielo abierto y antes de que San Pedro cerrara sus doradas puertas me lancé.

– Oye ¿echamos una a dobles?
– Vale que quiero ver el final bueno

¿El final bueno? ¿De que me estaba hablando? No es por presumir pero a mi tierna edad yo ya había hecho hincar la rodilla a aquel juego en varias ocasiones. O eso pensaba yo. La chica movió los mandos a modo de encantamiento y cambió la pantalla. Apareció un pequeño “Super” a la izquierda del título.

– Me lo enseñó mi hermana

Dijo ella como toda explicación ¿Quién era esta tía? ¿Qué clase de secretos ocultaban ella y este juego? Sin darme tiempo a recuperarme de mi asombro, se agachó y abrió el cajetín donde debían introducirse las monedas. Con habilidad movió sus dedos arriba y abajo para cargar la máquina de créditos ¡Brujería! pensé yo. La miré con detenimiento. Llevaba unos vaqueros ceñidos y una camiseta blanca con algún dibujo que no recuerdo. Debíamos tener más o menos los mismos años pero, como suele suceder en esas edades, ella empezaba a parecer una mujer y yo una especie de Quasimodo hecho a retales.

Mi cabeza empezó a dar vueltas a muchas ideas sin concretar pero todas se esfumaron cuando empezó la partida. De nuevo sonaba la familiar melodía y aparecía el escenario pero algo era diferente. Los colores eran distintos. Los enemigos diferentes. El resto parecía igual pero yo estaba totalmente desconcertado. Tal era mi confusión que en la segunda pantalla ya había perdido una de las preciosas vidas.

– Pues ahora que no me maten que si no, no salen las puertas

¡Ah! Eso sí lo sabía. Las puertas de las salas de diamantes que salían si llegabas sin morir. De nuevo en terreno conocido mi mente se centró en el juego. Los niveles empezaron a sucederse con rapidez. Ambos nos movíamos con precisión y mi pequeño avatar azul encerraba en pompas a nuestros rivales para que ella los hiciera desaparecer con habilidad cayendo desde el cielo. Descargabamos cascadas de agua sobre nuestros adversarios, rebotábamos grácilmente sobre las coloridas burbujas y corríamos tras efímeros diamantes.

Según avanzaba el juego nuestro baile olvidó la coreografía y los pasos aprendidos para adentrarse en la batalla. Nuestros movimientos unas veces eran precisos y otros espasmódicos, más basados en un atávico deseo de supervivencia que en un acto calculado. Ella agitaba el mando con furia. Yo hacía trabajar mis dedos como si no hubiese un mañana. Ambos luchábamos por recoger los brillantes frutos que nos ofrecía el juego. La tarde había ido avanzando y el calor empezaba a enrarecer el aire. Cuando por fin llegamos al jefe final el taburete llevaba rato en el suelo. Ambos sudábamos y nuestras muñecas empezaban a resentirse.

La batalla fue rápida y furiosa. Nuestras columnas de burbujas con rayos ocupaban la pantalla de lado a lado y desataban una inmisericorde tormenta sobre el jefe final. No había pasado un minuto cuando aquella gigantesca anciana envuelta en un pañuelo verde parecía caer en nuestras manos para, acto seguido, volver a plantar batalla. Otro minuto de dura lucha y, al fin, la victoria era nuestra. La anciana se transformaba en un dragón. Nuestros padres aparecían. Un gigantesco corazón llenaba la pantalla mientras estrellas fugaces cruzaban el fondo y nosotros nos besabamos.

Fue un beso corto. Mi primer beso. Tal vez fui yo. Tal vez ella. A día de hoy no podría recordarlo pero aún recuerdo a la perfección la hostia con la que me cruzó la cara y el grito de ¡Gilipollas! que me dedicó.

La tarde se acababa y también nuestro momento. Me marché de allí. Nunca he vuelto a verla. No se que haría si lo hiciese pero, desde entonces, cada vez que escucho esa melodía la recuerdo (1). Recuerdo aquella tarde. Recuerdo como un juego me dio algo tan especial y me mostró más secretos de los que esperaba. Allí descubrí algo algo. Aquel fue el inicio de una historia fantástica.


  1. También se me pone dura como una viga pero no creo que ese detalle os interese. VOLVER

Secundario gracioso.

7 comentarios

  1. Un momento... Había un final bueno!!!!???? Y bien por ti, si ya tocaste teta fue final bueno y feliz.

    • Había cuatro finales y una locura de secretitos y guiños que humillarían a muchos juegos actuales.

      Respecto al tema teta... un caballero no habla de estos detalles.

  2. Cuánta belleza concentrada en estas líneas. Mucha nostalgia de los recreativos antes de que se convirtiesen primero en antros de mutantes frikienfermizos y después en refugio de politoxicómanos.

  3. Y yo pensando que al final la historia acababa casándote con ella y enseñando a vuestros hijos a jugar al Bubble Bobble.

    Lo de "gilipollas" y una hostia queda bastante más gracioso, eso si.

  4. O sea no.

  5. Genial! Yo tambien empece con esto en unos recreativos en barcelona, pero en vez de un dragon verde era un mono que escupia.

  6. La partida que emocionó a Spielberg.

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