El Assetto Corsa Competizione (ACC) me ha arruinado los juegos de coches. También está tratando de arruinarme la cuenta bancaria, dicho sea de paso. Su influjo sobre mí es tal que estoy gastando excesivos dineros en maquear un simulador que esté acorde con lo que me exije su imponente presencia y, por supuesto, eso acaba derivando en que cualquier otra cosa que requiera de volante (y pedales (y cambio de marchas (y chasis))) me parezca muy poquita cosa, me produzca una desagradable mezcla de pereza y compasión y lo acabe abandonando. Qué digo abandonando, es que no me dura ni el primer accidente en la primera prueba con el primer coche.
Ha pasado recientemente con el Forza Motorsport. Es una saga a la que guardo mucho cariño porque el concepto Gran Turismo, entendido como intento ligero de simulador de conducción para consolas más enfocado al disfrute contemplativo y coleccionista que al competitivo, me ha dado mucha felicidad y por eso esperaba el último capítulo con gran expectativa. Hora y media de juego. Ni un minuto más hubo. Ni habrá. La culpa no la tiene el objeto si no el sujeto. Soy yo el que bostezo, apago y me olvido para siempre porque me monto en el simulador, arranco el ACC y la carnalidad, el sudor, el olor a goma quemada, el traqueteo del hierro y la puta adrenalina se dispara. No quiero más.
Sin embargo, hay algo que sí echo de menos y es el jugar para mí mismo mientras conduzco algo. Olvidarme de la vena gladiadora y de enfrentamiento para sumergirme en el no pensar, no ser, propio, aquello de dejar vagar la cabeza, vacía, a su ritmo mientras realizas una actividad mecánica que te es propia. Una especie de meditación para boomers cursados por los videojuegos desde su niñez. Lo que pasaba en las tardes de domingo cuando enlazabas un Pro tras otro con Carrusel de fondo. Quizás lo que sienten los que echan el rato con los juegos de gestión. Probablemente lo que son la mayoría de los hobbies, desde el pescar al tejer.
Podría pensarse, yo podría pensarlo, que ese aspecto lo tengo cubierto con el Mario Kart 8 Deluxe, otro de mis totems, más no es cierto en absoluto. Aún con su alma desenfadada, la bestia parda de Nintendo te atrapa y consume con urgencia aunque sólo sea en ratos de minuto, minuto y poco. Ya sea en solitario u online, el ponerme el Mario Kart, en su sublimada iteración en Switch, me obliga al estado de alerta y excitación.
Hablando de versiones sublimadas.
Ayer compré el EA Sports WRC. Tenía que hacerlo por una cuestión de justicia, de respeto. Empezando por el Colin McRae y terminando por el Dirt Rally, que son los otros nombres que ha tenido esta saga, la buena gente de Codemasters que se encarga de la visión digamos más realista de los rallys me ha dado incontables momentos de puro disfrute. Hay muy pocas cosas en la vida que me hayan quitado de salir un día de fiesta de manera absolutamente consciente y revolucionaria para con mi ser y mi cultura: La rosa de los vientos, la NBA y el Colin McRae. No quiero mentir, pero diría que no más. En el asunto que nos ocupa, estaba yo un viernes tan enciscado tramo tras tramo tras tramo con la culera del Impreza desbrozando cunetas que, al llegar la hora de la comedia, mandé al carajo el reloj y seguí hasta que se me cayeron los ojos al suelo.
¿Cómo no comprarlo de salida? Pues claro. Sucede que me enfrentaba a lo que os relataba en el primer párrafo y, bueno, asumía el destino de este gasto de índole completista y emocional, nada pragmático: dos tardes, un psé y a otra cosa, mariposa. Quizás por eso mi subconsciente tomó la decisión de alejarme de esa idea y de hacerme pasar por el aro de los recuerdos, huyendo de mimetismos con el simulador. Sin darle ninguna pensada previa, me puse a jugar con mando, en tercera persona y sin bucear en ningún modo que no sea el un coche, un tramo, un rally.
Y, colegas, he aquí, ante mí, sin esfuerzo, fluyendo, la aparición de la resplandeciente verdad: hemos hollado cima.
Porque lo que me he encontrado es una conducción tan suave como exigente, como siempre ha sido en esta saga. El peso de los coches resulta equilibrado y suficientemente diferenciado como para que la experiencia con cada uno sea, en corto, un juego diferente. El pasar de una superficie a otra te obliga a repensar espacio-tiempos de frenada, de trazada, pero sin caer en exageraciones paródicas, algo tan común en los juegos de rallies. Sin llegar a ser la hostia de materia indomable que era el Dirt Rally 1 supera la blandurria sensación de juguete que dejaba el Dirt Rally 2.0 (en comparación con el primero, que en sí mismo no estaba mal).
Para disfrutar de esa conducción el juego luce el músculo de, ahora, pertenecer a EA Sports. Eso se traduce en una montaña de coches, de todas las eras de los rallies (cosa muy relevante para mi manera de jugar a ésto), y en un Himalaya de kilómetros y kilómetros y kilómetros de pistas, carreteras, caminos, ya sean nevados, secos, mojados, bien de mañana, tarde o noche, atravesando todos los continentes, todos los ambientesexistentes por los que circular hasta el fin de los días. Ventajas de la licencia oficial del WRC y ventajas de los recursos que te da pertenecer al gigante.
No me cabe duda de que el juego estará lleno de miserias. Por poner un ejemplo, me he metido un ratillo a mirar el Modo Carrera y he salido huyendo. En mi libreto, este modo en este género debe ser una introducción, paso a paso, en el contenido, una guía para aquellos que no tenemos mucho tiempo; que te acompañen mostrándote los coches que tienen, los rallies que tienen, los tramos que tienen, que confluya todo en el éxtasis final de ver, con el tiempo, una perspectiva global del producto. Pero no. Se empeñan en querer hacerte un minijuego de uso de recursos en mecánicos, ingenieros, agendas, lecturas de mails (me cago en mi madre, no quiero leer mails en el trabajo, los voy a leer cuando estoy de ocio…) e insoportables chorradas varias; por lo menos, en este caso, son un poco respetuosos y no nos lo rellenan con “ey, bro”, “te voy a machacar la próxima vez que nos veamos en la pista”, “pásate por la zona de tattoos” y demás asuntos estético-culturales tuneros que me impiden probar si quiera la inmensa mayoría de simarcades por la dentera que me generan (púdrete en el infierno, Forza Horizon).
Seguro, también, que deja que desear en lo técnico. Jugado en Xbox Serie X me pega petardazos de fps con demasiada frecuencia, la optimización de procesos de carga no se va a llevar aplausos, a mí el copiloto me ha parecido magnífico pero estamos a escasos minutos de que los pros le saquen los higadillos y en cuanto se explote el sistema online llegarán justificados lloros por quebrantos competitivos, amén de que los amantes de la configuración de reglajes pondrán el grito en el cielo antes de que lleguemos a diciembre, seguro que con razón.
Nada de todo eso me afecta. Yo he encontrado lo que buscaba. El coger el mando (no el volante) mientras veo un cochazo (no el salpicadero) rodar por hermosos parajes plagados de retos de conducción a toda polla en la búsqueda de verde, verde, verde en la barra de progreso. Sin pensar. Sin calentarme. Sin competir. A ver si me vuelve a quitar de perder mi vida en los bares y las calles. Tiene pinta.
Lo probaremos, yo con el dirt rally 2.0 no he podido nunca engancharme, es un poco raruno el jugar con volante.
Lo mismo para salir del ACC lo que necesitas pasarte al PC y bajarte mods para el Assetto Corsa. Caer fondo en el infinito.