La dulce luz de media tarde se filtraba por las cortinas de la sala de terapia de grupo del sanatorio «Juana la Loca». Doce pacientes sentados en un semicírculo se encontraban frente a un psiquiatra con un cuaderno de notas.
El psiquiatra dijo: «¿Quién quisiera hablar ahora?»
Tras unos segundos, Gamerah de Noche se incorporó, se aclaró la garganta y miró a los pacientes y al doctor. Todos le devolvieron la mirada con sonrisas afectuosas y apoyo implícito en los ojos.
«Me llamo Gamerah de Noche y llevo tres meses aquí en el sanatorio.»
«Hola, Gamerah de Noche«, dijeron todos al unísono.
«Tengo un exitoso podcast con más de una docena de oyentes. Grabamos los martes. Hasta que un martes… pensé que tal vez podría grabar el jueves. Y cuando el jueves llegó me acordé de que tenía planes con Pepe. Al martes siguiente no se me ocurría nada de lo que hablar, así que pensé que tal vez necesitaba un breve descanso. Un par de semanas para recargar energías. Ese par de semanas se convirtieron en tres, en cuatro, en ocho. Llegó la primavera. Mandé a la mierda el podcast.»
«¿Por qué?» preguntó un paciente.
«Las razones habituales, supongo. Necesitaba relajarme. Necesitaba algo nuevo. Sentirme guapa otra vez. Sentir que sabía cosas, que esos 100 episodios sirvieron para algo, que sabía algo que los mongolos de Gamerah, la web, no sabían. Pensé que tomarme el descanso sería como irme de copas y que me den por culo y sentirme muy bien después, y que luego volvería a grabar como de costumbre y diría: eso estuvo guay.»
«Pero acabaste aquí.»
Gamerah de Noche suspiró. «Por las… complicaciones. Cuando volví a grabar el podcast, sentí que algo se rompió en mi. Y me di cuenta de que las cosas no estaban bien tampoco, y que por eso fue que pasó lo que pasó. Y que el podcast, con las canciones, los pedos y el loro no era mas que un vendaje temporal en una herida permanente.»
Gamerah de Noche se sentó. Se escucharon aplausos dubitativos. El doctor sonrió cálidamente.
«Todos tenemos una salud física y una salud mental,» dijo el doctor. «La manera en que pensamos, sentimos y nos comportamos son aspectos importantes de nuestro bienestar y afectan cómo interactuamos con otros y con nuestro entorno. A veces nos sentimos genial y prosperamos, a veces nos sentimos ansiosos o gruñones y la vida nos parece difícil. Y a veces tropezamos y necesitamos ayuda para levantarnos. ¡Eso totalmente normal! Y aunque no podemos hacer desaparecer las presiones de la vida diaria, podemos hacer la carga más ligera conectando los unos con los otros, preguntándole a la gente cómo está, escuchando sus preocupaciones y ayudando donde podemos. Una carga compartida es una carga reducida.»
El doctor tomó una pausa para permitir murmullos de acuerdo entre los pacientes. Gamerah de Noche sintió que un nudo se formaba en su garganta. «Porque está bien no sentirse bien, y el primer paso es reconocer que no somos invencibles. ¡Gracias, Gamerah de Noche! Gracias por tu coraje. Gracias por levantarte a hablar hoy, gracias por venir al sanatorio, gracias por permitirnos ser parte de tu viaje de recuperación. Tu ejemplo nos fortalece. Y donde tú vas, nosotros te seguimos.»
Los pacientes aplaudieron. Gamerah de Noche rompió a llorar. Sus amigos se acercaron a reconfortarlo. «Suéltalo todo», le decían. «¡Estamos orgullosos de ti!». Se fundieron en un abrazo de grupo. Gamerah de Noche sintió que alguien le estrujó el culo.
«Está bien no sentirse bien», repitió el doctor, uniéndose al abrazo. Varios pacientes repitieron sus palabras como una oración.
«Está bien no sentirse bien.»
«¡Está bien no sentirse bien!»
«¿Está bien no sentirse bien?»
Gamerah de Noche asintió, secándose las lágrimas. El abrazo se disolvió y todos volvieron a sus asientos.
«Muchas gracias Doctor… Doctor… » Gamerah de Noche se rió. «Doctor… ¡me acabo de dar cuenta de que nunca nos ha dicho su nombre!»
«Pero sabes mi nombre, mi querida Gamerah de Noche. Siempre lo has sabido.»
Gamerah de Noche le miró confundido, pero entonces recordó. Sus pupilas se dilataron y su pulso se aceleró en reconocimiento.
«¡Dr Rubirosa!»
«¿Qué? ¡No!» El psiquiatra se tapó la cara brevemente para disimular su irritación. A veces se exasperaba con estos locos catatónicos. «Uert-Ismo,» dijo el psiquiatra. «Dr. Kasim Uert-Ismo.»