No traigo ocurrencias crueles ni gamberrismo cínico-brillante para ofrecer. Mi lado no es el oscuro, ni me consta disponer del suficiente talento específico como para llevar a cabo cualquier cosa que incluya alguno de estos elementos y conseguir agradar a más de una persona. Y aun a pesar de todo esto, me cuesta reconocer por escrito que he llegado hasta aquí por amor. Del de verdad; el de la entrega sin devuelta. Aunque en este caso (y no sirve como precedente) me ha tocado la parte emocionalmente menos intensa: la que no sufre.
De entrada, esto que en algún otro lugar podría llamarse historia, comienza explicando cosas como que en aquellos días siempre me faltaban veinte duros; que deseaba subirme a aquel coche, y que me conformaba con entrar al New Park de Las Ramblas para ver cómo jugaban otros que no eran yo. Pero la verdad: es mentira. Tenía aquellos veinte duros, y me gastaba unos cuantos de esos, pero en otra máquina. Daytona, directamente. O Sega Rally, ocasionalmente: un par de muestras de que este amor no había nacido consumado, ni siquiera deseado. Si acaso pervertido. Ejemplificado en el vacío que supuso el hecho de haberme interesado mínimamente en ella por primera vez, al recibir información videográfica en formato VHS que incluía el anuncio del lanzamiento de ESA máquina para MI consola (de dieciséis bits); y comprobar con elevado grado de defraude, como la apariencia gráfica de aquella publimuestra, era sospechosa y tecnológicamente idéntica a la recreativa que había sido y era. Razón por la cual, comencé a verla como aquella tipa de tu misma clase que se viste para los fumadores de dos cursos por encima al tuyo: tan inalcanzable como prescindible.
Lo cierto es que a través del paso ligero de los siguientes años, corretearon por mi campo vital diversos artilugios y maquinitas que albergaron sus respectivas versiones adaptadas (valga la acepción intraurbana del término). Y simultánea y paradójicamente a la circunstancia de que cada momento de mi vida paralela, disponía de una y hasta diez prioridades que hubieran visto antepuesto mi interés al de aquellas versiones desfasadas o adelantadas a su tiempo, mi ojo en el retrovisor conspiraba para investigar cuales debían ser las razones aparentemente dispersas que mantenían incrustado en alguno de mis sedimentos corticales, lo que pudo haber significado esta máquina para mí; desglosado en conceptos ordenadamente inconexos: Primera: coches; segunda: polígonos; tercera: arcade; cuarta: JUEGO; quinta: Sega…
…hasta que llegó uno de esos días donde mi espacio cerebral libre de productividad se vio rellenado de entusiasmo irracional hacia el imprescindible siguiente dispositivo electrónico. De aquella manera infantil y chapucera con que tradicionalmente mi elevadísimo sentido de la economía doméstica práctica suele quedar aplastado por la existencia de razones contundentes construidas allí donde once horas antes tan solo había la nada. O lo que es casi lo mismo, gastarse trescientos napos para disponer de la paleopoligonal reconsideración gráfica de un juego de hace más de veinticinco años, a precio de seis con noventa y nueve euros. (Casi) Nada. Aunque pragmatizando el asunto, la motivación principal para comprar aquella maquinita, era acercar a mis manos y en el lugar que yo quisiera, lo mas parecido existente a lo que yo realmente deseaba: Daytona o Sega Rally, en mi mente. O en el más generoso de los casos, colmar mi curiosidad estética por la otra, por quien sentía una extraña devoción inconcreta y aparentemente poco justificada.
Así que tras comprar el juego y cargarlo, tardé aproximadamente el tiempo de dos carreras y un cambio de configuración en el control del juego, para darme cuenta que mi percepción sobre aquel nuevo primer contacto no era exactamente lo que yo esperaba encontrar. La agradable octogonalidad de las ruedas desde aquella perspectiva trasera, la geometría básica de las arboledas colindantes y la aparente carencia de complejidad de cada uno de los tres circuitos, parecían dejarme preparado un escenario perfectamente calculado para que me tuviera que preocupar únicamente por divertirme conduciendo sin demasiadas expectativas. Y la sensación que tuve como respuesta a su proposición, tras escuchar el silencioso seseo del gas a fondo mientras se acercaba aquella fácil primera curva y comprobaba que el control era tan suave que permitía clavar sutilmente el punto justo de inclinación del stick como para poder trazar al milímetro la tangente sin llegar a derrapar, fue tan jodidamente placentera, que sentí la necesidad de soltar a los cuatro vientos donde suelo volcar por escrito este tipo de cosas, que el Virtua Racing de Switch era una puta maravilla.
El resto de la experiencia, auténtico arcade en el bueno y mejor de los sentidos. Circuitos cortos y cinco vueltas. Reinicios y repeticiones porque el tercer lap da veinte centésimas más de lo que buscas. Tensión contenida por un coche a media pista que va a provocar un trompo al mínimo roce. Salir vertiginosamente airoso de un tramo serpenteado, para acabar certificando tu frustración porque te ha faltado un morro para llegar al Extend Time. Pasar por alto la insignificante brusquedad en algunos agónicos clics de gas en las cerradísimas curvas finales, porque te han permitido finalmente marcar un tiempo cercano a lo aceptable; que por otra parte, era gloria añadida al goce del procedimiento conductriz previo…
Sin alarde ni artificio. Básica, esencial, pura. Sensación de respeto absoluto por el humanoide que permanece a sus mandos… la ridículamente breve cuota de felicidad, suficiente para considerar que vale la pena encender una consola y dedicarle los primeros cuatro minutos del resto de tu tiempo disponible. La certeza de que los aspectos imprescindiblemente relevantes, habían sido ideados con el aprecio con que tratas esas cosas que van destinadas a quien deseas mantener junto a ti; aunque desde el otro lado no se estén dando cuenta…
Hizo falta que pasara todo este tiempo para comprender que ella era todo y solo eso. Tanto ofrecido; encapsulado en tan poco. Relegada a coexistir en la irrelevancia del pelotón; en la miseria de la multitud. Lejos.
Pensar en su trayectoria dentro del ámbito doméstico, y en lo que el futuro había deparado a esta máquina y el juego que lo habita, equivale a asumir y aceptar la idea de que definitivamente no fue bien tratada por la semidiosa oportunidad. Primero le hicieron llegar a una fiesta de niños vestido de mayor. Y más tarde, llegó a la fiesta de los mayores vestido como un niño. Y cuando llegó su mejor momento, ya no quedaba nadie en la fiesta. Hoy se hace complicado pensar en algún indicio que invite amigablemente a vaticinar que tras apagarse el led de esta consola, vaya a existir otra nueva que tenga en su plan guardarle un lugar.
Por mi parte, consideraré de justicia romántica devolver una mínima parte de lo mucho que tenía para mí mientras permanecía en espera de nuestro encuentro. Ni que sea sentarme al menos tres minutos con ella.
Genial análisis, falkenmaier. Hay que mencionar el buen hacer de M2 con este port para Nintendo Switch. Del juego qué decir. Es terriblemente satisfactorio el deslizamiento del vehículo por los tramos enarcados, tan suave, con ese fondo azul y esos paisajes primarios. Ahora solo queda esperar que hagan lo mismo con Sega Rally y OutRun 2 (difícil, lo sé).
Gran análisis falken. Y esto tb es de yu Suzuki, a ver si sega nos lo deja poner en shenmue 4
Chicos espero review de la nueva película del bueno de sanic ( https://es.pornhub.com/view_video.php?viewkey=ph5e45d3af59da5 )