El bucle Iwata

16 de junio de 2002.
Oficinas centrales de Nintendo. Kyoto, Japón.

Dejando un pequeño revuelo tras de sí, Satoru Iwata recorre a toda velocidad uno de los pasillos del sexto piso de la sede central de Nintendo en Kyoto. Sus brazos extendidos en cruz, las palmas abiertas y perpendiculares al techo. Se dirige a la sala de juntas y frena en seco a un metro de la puerta.

– ¿Han llegado ya los de Microsoft?
– Eeh, sí, señor Iwata, están dentro. El señor…
– ¡JODER! Joder, joder, joder… ¿Llevan mucho rato?
– Pues aproximadamente media hora.
– Mierda. – Iwata se queda pensando un instante y decide dar el último paso que le separaba de la puerta.
– ¡Señor Iwata! Lo siento pero tengo órdenes del Consejo de que no se debe interrumpir la…

Satoru Iwata desoye las palabras de Nurimi, secretaria, y abre la puerta de la sala. Para algo es el presidente. Con cautela, intentando no ser percibido inmediatamente y ganar unos instantes para leer la situación antes de reaccionar. Y la situación es Hiroshi Yamauchi, reciente ex presidente y aún hombre fuerte de Nintendo, subido encima de su silla con sus manos agarrando su paquete a escasos centímetros de la cara de Steve Ballmer y demás enviados de Microsoft.

– Demasiado tarde. Otra vez. – dice Iwata, que vuelve a cerrar la puerta, se dirige a la ventana más cercana y se precipita cabeza abajo, chocando contra el cemento tras una caída de 6 pisos y falleciendo en el acto.

 

20 de Julio de 2013.
Residencia de los Yamauchi. Kyoto, Japón.

– Señor Yamauchi, buenos días. Qué alegría verle.
– Oh, estimado Satoru, cuánto tiempo.
– ¿Cómo se encuentra, maestro?
– Estoy jodido, Satoru. Pero jodido, jodido.
– Me he cruzado con el doctor al entrar. ¿Qué le ha dicho? ¡Oh maestro, temo lo peor!
– Joven Satoru… la verdad es que tengo… tengo… hemorroides.
– ¿Cómo?
– Yo tampoco lo entiendo… ¡si prácticamente sólo como fibra! Debe ser que mi ajado esfínter ya no es rival para mi poderoso yo interior. Jaja. Pero no te he hecho venir por eso. ¿Recuerdas aquella vez que Microsoft intentó comprarnos?
– Hey Ballmer, por qué no vienes aquí y me… – Yamauchi se une a la memorable cita y gritan juntos – ¡comes mis pequeños cojones amarillos! Jajajaja. ¿Cómo olvidarlo?
– Jajaja, sí, fue glorioso. La cara que se le quedó al yanqui calvo es irrepetible, jajaja.
– ¡Y usted que lo diga! Aunque es cierto que Kimishima la imita casi a la perfección en la recreación anual que hacemos en la sala de actos de la oficina. Por cierto, este año le toca a Aounuba hacer de usted y lleva 3 meses practicando. Creo que disfrutará mucho su interpretación, maestro.
– ¡Cancélalo Satoru! ¡Ese momento fue el mayor error en toda una vida de intachable éxito en los negocios!
– No diga eso, maestro. No consiguieron comprarnos y nos hemos estado riendo a su costa durante años. ¡Valió la pena!
– No. La broma terminó, Satoru. Nos pareció muy divertido entonces. Nos pareció glorioso restregar nuestro orgullo amarillo por su bobalicona cara y ver cómo se marchaban furibundos con su prepotente rabo entre las piernas, pero lo que yo no podía imaginar entonces es que mis pequeños cojones amarillos serían su Pearl Harbor. Y ahora llega nuestro Hiroshima.
– ¿Qué quiere decir, maestro?
– ¡Ahora el chiste somos nosotros! Mira.

Hiroshi Yamauchi entrega un papel a Satoru Iwata, que lo lee con atención. En el membrete figura el logotipo de Microsoft. Su cara refleja una perplejidad y preocupación que se incrementa según avanza la lectura.

– ¿Qué significa esto?
– No me jodas Satoru, dejé la empresa en tus manos porque pensaba que al menos sabías leer.
– Era una pregunta retórica, maestro. Es un plan de Microsoft de hundirnos y humillarnos. ¡Tenemos que detenerles!
– ¿Cómo? Ya lo has leído, es infalible. Llevan años preparándolo. Me lo ha mandado ese jodido Ballmer personalmente, con una foto dedicada de unos testículos con las barras y estrellas americanas pintadas. No hay nada que se pueda hacer. Nos hundirán, comprarán nuestras licencias y nos liquidarán. La marca Nintendo desaparecerá. Usarán nuestras creaciones familiares para sus perturbados juegos de violencia y depravación. Y se harán de puto oro con ello. Y todo por mi “orgullo”. ¡Qué estúpido fui!
– ¡No diga eso, maestro! ¡Tiene que haber algo que podamos hacer!
– No… no hay nada que pueda evitarlo, de la misma forma que no hay nada que pueda evitar que esta katana raje mi arrugado estómago y mis malditas entrañas se esparzan por el tatami y se conviertan en cenizas, como el futuro que le espera a la compañía por mi culpa. He deshonrado a mis antepasados. He deshonrado al abuelo Fusajiro. ¡Es hora del seppuku!
– Maestro – dice Satoru, sollozando -, no… tiene que haber algo, algo que se pueda hacer…
– Sólo hay una cosa, una mínima esperanza. Pero no. Es muy arriesgado.
– ¡Lo que sea, maestro! ¡Lo que sea!
– ¿Estás seguro, joven Satoru?
– ¡Por Nintendo! ¡Por usted!
– Está bien. Eres un buen muchacho, Satoru… En el almacén de la central, busca una caja con la referencia FTR-0003. Estará al fondo y llena de mierda. Sólo dos personas conocíamos de su existencia, por lo que está bien escondida… casi tanto como las últimas unidades del Virtual Boy. Es un viejo armatoste que diseñó Gunpey, Dios le guarde, pero que cancelé porque la sociedad de principios de los 90 no estaba preparada para la responsabilidad que acarrea. ¡Ni lo está ahora, ni lo estará nunca! Esto debe seguir siendo un secreto. Prométemelo, Satoru.
– Pero, ¿qué es?
– ¡Prométemelo!
– Se lo prometo, maestro.
– Es una jodida máquina del tiempo. Debes volver a 2002 y evitar el desastre que hoy amenaza nuestra existencia. Debes detenerme y evitar la humillación a los americanos. ¡Debes salvarnos, Satoru! ¡Debes salvar a Nintendo!
– Descuide, maestro. ¡Lo haré! Y no se preocupe, entiendo perfectamente su preocupación sobre este invento y porqué no debe hacerse público. La complejidad moral, los dilemas éticos que presentan los viajes en el tiempo, la posibilidad de cambiar la historia, las paradojas…
– No no, si lo de viajar en el tiempo me parece cojonudo. Lo jodido de esta máquina es que para usarla te tienes que meter un mango de 15 centímetros por el culo y no quería que nuestros jóvenes, el futuro de la gloriosa nación japonesa, se nos volvieran todos maricones.
– ¡Ooops!

 

5 de Septiembre de 2013.
Sala secreta de R+D de Nintendo. Kyoto, Japón.

Había pasado más de un mes desde que el antiguo presidente, Hiroshi Yamauchi, le había explicado al actual presidente, Satoru Iwata, que el futuro de la compañía estaba condenado por culpa de un evento que había tenido lugar 11 años antes y por el que unos peces gordos de Microsoft habían trazado un plan perfecto de venganza y destrucción empresarial.

La única salvación posible consistía en viajar al pasado y evitar ese evento, usando un prototipo de un proyecto de Yokoi Gunpey, fallecido genio inventor de Nintendo, que actuaba de forma similar a una máquina del tiempo. Consistía en una especie de consola de videojuegos en la que se introducía un cartucho de juego y un momento concreto del pasado y un trasunto del jugador aparecía y podía actuar en dicha fecha. La conexión del jugador con el artilugio se hacía mediante unos sensores en la frente y la nuca, una especie de pad de control con el que se jugaba la partida, y un cilindro de acero de 15 centímetros que debía estar alojado en el recto del jugador. No había unas instrucciones claras ni especificaciones completas del diseño, pero sin el cacharro metido por el culo no funcionaba.

Satoru Iwata llevaba más de un mes viajando al pasado e intentando detener el evento, pero sin éxito. Había intentado razonar con el Yamauchi del pasado, al principio de forma sutil intentando hacerle ver que había que mantener el respeto y la cordialidad en todo momento con los invitados americanos, e incluso llegando a explicarle en alguna ocasión que venía del futuro para evitar la extinción de Nintendo. Pero era inútil. La reunión siempre acababa con menciones a los genitales de Yamauchi, comparaciones entre los yanquis y diferentes animales del zoo o con referencias a la vida sexual de la madre de Steve Ballmer.

También había intentado que la reunión se cancelase. Había retrasado vuelos, extraviado reservas, provocado atascos… pero la reunión se replanificaba, se posponía o se realizaba por videoconferencia. Y siempre con idéntico resultado.

Quizás estaba escrito en el destino y no podía cambiarse. La reunión se celebra y los americanos se marchan enfadados y humillados. Parecía un hecho inmutable. Pero quizás sí podía cambiar el impacto de esta humillación en el corazoncito de Steve Ballmer. Aplacar su resentimiento y suavizar la relación entre Redmond y Kyoto.

Satoru Iwata se encierra en una solitaria sala de Investigación del segundo sótano, con el bote de vaselina a mano. ¡Por Nintendo!

 

22 de Agosto de 2002.
Calles de Compton, California.

No es el lugar en el que uno espera encontrarse a un ejecutivo japonés de poco más de metro y medio, perfectamente trajeado, con peinado y gafas de empollón. Dos manzanas al sur de la avenida Rosecrans, Satoru Iwata se aproxima con cierta cautela a un tipo afroamericano de casi 2 metros que está apoyado en una verja que delimita un solar ruinoso.

– Eeeh, psst. Psst. Busco a un tal… Reg Rock. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
– ¿Qué coño? ¿Eres poli?
– ¿Qué? ¡No!
– ¿Qué quieres, tío? ¿Quién eres?
– Sólo soy alguien que necesita un favor y me han dicho que pregunte por Reg Rock en esta esquina, es un… moreno con afro.
– Yo soy Reg Rock, negro. ¿Qué necesitas? ¿Hierba? O algo más fuerte… a los ejecutivos os mola el rollo a tope por la napia, ¿eh? Jajaja. ¿Tenéis X líquido en el Sol Naciente?
– No no, verás… necesito que entregues un mensaje…
– ¿Un mensaje? ¿Te parezco de UPS, negro?
– Bueno, un mensaje… ya sabes, un “mensaje”. Una advertencia. Un… mensaje con susto.
– Joder, haber empezado por ahí, hermano. Que le demos una paliza a alguien, ¿no? Coño, no hay quien entienda vuestros culos orientales. Hmmm… mi amigo amarillo se ha enfadado con un amiguito en el patio, ¿eh? Ok, se puede hacer, pero no te va a salir barato.
– Eso no es problema. ¿Aceptas cheque?
– Claro. Ponlo a nombre de Reginald Fils-Aimé. En concepto pon: “por pegarle una paliza a un hijo de puta”. ¡¿Pero qué coño estás pensando, negro?!
– ¿Entonces?
– Esto es un trabajo fino, tío. Hmmm… Por las pintas seguro que tú controlas el cotarro en alguna oficina… ¿Sabes qué? Sácame de las calles, negro. Ese es mi precio.
– ¿Qué quieres decir?
– Un curro, tío. Un traje molón como el tuyo, pero en talla de adulto. Pelo engominado. Una secretaria. Ya sabes, esa mierda de Wall Street.
– ¿Trabajo? ¿De oficina? No sé… ¿qué sabes hacer?
– Bueno, ya sabes, de todo un poco. Trapichear aquí y allá. Contabilidad de la calle. Recibir el producto, esconderlo y gestionar la venta.
– ¿Venta, eh? ¿Qué tal te suena Presidente Ejecutivo de Marketing y Ventas?
– Suena cojonudo pero, ¿qué tendría que hacer?
– Eso es lo mejor. ¡Nada!
– ¿Nada, eh? No está mal… ¿Sabes qué? Está bien. Pero que sea ‘vice’.
– ¿Cómo, ‘vice’? ¿Vicepresidente?
– Sí, como todo el mundo sabe, vicepresidente es mucho más que presidente.
– Eeeh, claro, claro. Considéralo hecho.
– Hay trato, entonces. Haha, ¡mi hermano amarillo! Mándame una foto del hijoputa en cuestión y en un par de días lo tendrás haciendo lo que te salga de tus huevos amarillos.
– No me hables de huevos amarillos…

 

28 de agosto de 2002.
Residencia de Steve Ballmer. Redmond, Washington.

Es una soleada mañana dominical en los suburbios de Redmond. Steve Ballmer recorre en pijama y bata los 15 metros que separan la puerta de su casa de la puerta de su propiedad, donde recoge el ejemplar del día del Washington Post y el resto de su correo. En el camino de vuelta, revisando las cartas, le llama la atención una caja rectangular, mediana, mal envuelta en papel de regalo navideño con únicamente el siguiente mensaje escrito: “Respetuosamente, Satoru”. Desenvuelve el paquete y descubre una caja de Gameboy Advance.

– Heh. Estos putos japos se piensan que van a aplacar mi furia con sus estúpidos cacharritos.

La caja parecía extrañamente liviana y, mientras llega al quicio de la puerta de casa, Ballmer la abre para encontrar únicamente dos pequeños huevos de codorniz pintados de amarillo.

– ¡Putos amarillos de mierda!
– Le agradecería un poco más de respeto, estimado señor Ballmer.

El presidente de Microsoft levanta la cabeza sobresaltado, para encontrar a Satoru Iwata mirándole fijamente desde el sillón más confortable del salón principal.

– Señor Iwata. ¿Qué está usted haciendo aquí? – pregunta Ballmer, visiblemente molesto por la intrusión.
– No se altere señor Ballmer. Esta es una visita de cortesía. Creo que su reciente paso por nuestra casa nos dejó un… regusto amargo a todos.
– Vaya, qué perspicaz. Le repetiré lo mismo que le dije al viejo chocho de Yamauchi mientras salíamos de sus oficinas: Esta humillación no será olvidada y llegará el día en el que se arrepentirá de su prepotencia. ¡U.S.A.! ¡U.S.A.!
– No es necesario ponernos desagradables. He venido a tender puentes, no a quemarlos. Y no crea que vengo de vacío. Nintendo es una empresa generosa. Por favor, entiéndalo.
– ¿Está insinuando que quiere comprar mi perdón? Ustedes amarillos deben estar más locos de lo que pensaba. ¡Haga el favor de levantar el culo y salir de mi casa! – responde Ballmer, con tono furibundo.
– Vamos vamos, señor Ballmer. Usted y yo somos hombres de negocios. Hagamos lo que mejor sabemos hacer.
– ¿Negociar?
– Negociar.

Ballmer escucha la puerta principal de su casa cerrarse tras de sí. Delante de ella, un tipo afroamericano de casi dos metros con cara de pocos amigos.

– Ah, ya entiendo. Ese tipo de “negociación” – dice, despojándose de la bata y la parte superior del pijama. – Piensa que al viejo Ballmer le va a intimidar un negrata culo gordo y va a empezar a profesar su amor por Nintendo, ¿eh? Claro que sí. Voy a empezar con un bonito poema… el que voy a escribir en la cara de este tipo.
– Mi cuerpo está listo – dice Reggie, de forma un tanto robótica, preparándose para el enfrentamiento.

Reggie y Ballmer se encaran, arrancan y colisionan como dos Expresos. Sus cabezas chocan y sus manos se mueven frenéticamente buscando los puntos más delicados para agarrar y golpear. Cada poco sus cuerpos se separan, se posicionan a un metro de distancia y se quedan mirándose fijamente para volver a enzarzarse en una nueva bola de extremidades, sudor y sangre. Es lo más parecido a una lucha entre dos gorilas macho que se pueda ver fuera de National Geographic.

Finalmente, el gran gorila negro cae rendido ante el gran gorila blanco, que hace prevalecer su experiencia y su descontrolada furia.

– Bueno, terminado el plato principal… es hora de hincarle el diente al postre… – dice entre jadeos Ballmer.
– ¡No! ¡Espere! ¡Estoy seguro de que podemos llegar a un acuerdo! – responde sobresaltado el japonés.
– Vaya, vaya… ahora sí quiere negociar, ¿eh? Demasiado tarde Iwata, no hay nada en su pocilga amarilla que me interese lo más mínimo.
– Tiene que haber algo… seguro que hay algo… eeeeh ¡Kirby! ¡Quédese con Kirby!
– ¿Me está llamando maricón? Ahora sí que la ha hecho buena…
– ¡¡Nonononono!! Eeeeh… ¡Star Fox! ¡Quédese con la franquicia de Star Fox!

Ballmer no frena su avance, amenazador, con un halo de vapor saliendo de su sudorosa calva y los ojos teñidos de rojo.

– ¡Nnnnoooo! Joderrr… ¡Zelda! – dice Iwata sollozando – Llévese a Zelda… sniff… Mario… Donkey Kong… ¡lo que sea! ¡Pero no me mate!
– Hmm… ¿Donkey Kong?
– S-sí… Ejem… sí. Donkey Kong, una de las figuras más reconocibles del mundo del videojuego. ¡Un icono! ¡Una leyenda!
– Ahora estamos hablando. Donkey Kong, ese sí que es un personaje con el que uno se puede identificar, y no esa panda de bolas rosas, fontaneros obesos y elfos mariquitas.
– Permítame alabar su buen criterio, señor Ballmer. Creo que tengo exactamente lo que le puede interesar. ¿Conoce Donkey Kong Country?
– Lo conozco. He de admitir que era un buen juego. Aunque hubiera mejorado si el gorilla llevase una ametralladora.
– ¿Qué opinión tiene de los desarrolladores?
– ¿Desarrolladores?
– Desarrolladores.
– Desarrolladores, desarrolladores, desarrolladores…
– Rare. La joya de la corona. Nuestro estudio más preciado. ¡Y no son japoneses!
– Los hermanos Stamper. Sí, les conozco. Tienen un CV impresionante: Battletoads, Donkey Kong Country, Goldeneye, volar un retrete en Sega UK…
– Imagíneselos bajo su ala. Sacando sus juegos únicamente en Xbox. Una gran victoria de Microsoft, una gran victoria personal suya. El hombre que arrebató Rare a Nintendo.
– Ay Satoru Satoru, qué pilluelo eres. Al final vamos a ser amigos tú y yo.

Steve Ballmer saca un whisky de su poblado mueble bar y sirve tres copas. Ofrece una a su homólogo japonés y se acerca a la esquina donde un derrotado Reggie lame sus heridas.

– Bebe, chaval. Hoy has perdido, pero no tiene porqué gustarte…

Improvisan y firman un contrato por el que Nintendo vende su 49% de Rare por la simbólica cantidad de 1 dólar, aunque públicamente se filtraría una cifra muy superior, para mantener el verdadero acuerdo en privado. Pasarían aún varios meses para que Ballmer descubriera que la compra de Rare no le daba a Microsoft la propiedad intelectual sobre Donkey Kong, pero su furia ya se habría enfriado lo suficiente como para planear ninguna venganza.

Lo había logrado. Había salvado el honor y conseguido el respeto de su predecesor y maestro, Hiroshi Yamauchi. Con una jugada maestra había rescatado a Nintendo de una desaparición segura, con unas pérdidas mínimas. Y no sería la última vez.

 

Satoru Iwata recuerda todo esto un 11 de julio de 2015, mientras yace en una cama de hospital en Kyoto, en lo que serían sus últimos instantes antes de perder la batalla frente a un cáncer de las vías biliares. Cáncer que investigadores de Nintendo descubrirían fue causado por el estrés celular derivado de los viajes en el tiempo. Iwata había dado su vida por Nintendo, de la forma más literal, y no se arrepentía de nada.

Con su último aliento, Iwata susurra “Por Nintendo…” y esboza una sonrisa, mientras un halo redondo de color rosa emana de su cuerpo y asciende hacia el techo.

Por Nintendo.

Your friendly neighborhood videogame reviewer.

7 comentarios

  1. Mi artículo favorito de la nueva gamerah. Pero joder con los feels, me pillaron desprevenido :_(

  2. Tremendo.

  3. joder que puta maravilla de articulo

  4. ¡¡Qué risotadas!!

  5. Esto es lo que se debería adaptar a cine, y no Ready Tryhard One.

  6. Maravilloso. Una joya

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